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Writer's pictureAmparo Rizzo

La vida detrás de la muerte

Updated: Oct 26, 2022


Créditos: BA


Todos sabemos que un día nos vamos a morir. Vos, el portero de tu edificio, el verdulero de la esquina, el presidente y yo. Todos. La muerte no discrimina entre varones y mujeres, ricos y pobres, fuertes y débiles, ancianos y jóvenes o buenos y malos. Es fútil querer escapar de esta realidad y esconderla como un tabú porque, tarde o temprano, llegará su hora. Con mayor o menor disposición, todas las culturas han debido reconocer esta realidad, y a partir de ella, cada una se ha acercado con sus formas, políticas y ritos particulares. La historia cuenta de las momias en Egipto, el culto de los ancestros en Roma, la quema de navíos en Escandinavia y de la veneración de los mártires en altares cristianos. Pero en el año 2022, en Argentina, en la zona de Pilar de la provincia de Buenos Aires, ¿cómo se trata a la realidad ineludible de la muerte? ¿Qué pasa con muertos pilarenses?


Lo que primero sucede tras la muerte, según Paola Settepassi- médica cardióloga y jefa de residentes de cardiología del Hospital de Ramos Mejía-, es constatar por escrito que el paciente no tiene pulso y revisar el cuerpo con un electrocardiograma. Luego, el personal médico llama a los familiares del difunto para avisarles del fallecimiento y les pide algunos datos necesarios para el certificado de defunción. En ese documento, es fundamental dejar en claro las causas de la muerte. Para ello, hay una lista de posibles razones específicas, de las cuales los médicos eligen las que mejor describan el caso. Hecho el certificado, los camilleros y enfermeros retiran el cadáver para llevarlo a la morgue. La doctora Settepassi afirma que, desde ese momento en adelante, el hospital deja de estar involucrado y los familiares deben encargarse del cuerpo.


Hay una excepción a esta primera ruta ordinaria de los muertos: los casos de fallecimientos dudosos. La doctora en bioquímica y asesora del Poder Judicial en la Provincia de Buenos Aires Ana María de los Ángeles de Marcozzi cuenta que la justicia interviene únicamente cuando alguien muere y se desconoce la causa. En estas situaciones, el juez realiza una investigación para determinar la causa de fallecimiento, y para ello, requiere de un equipo de especialistas médicos. Generalmente, el cirujano forense hace una autopsia del cadáver, y según las instrucciones del fiscal, toma una muestra para que un equipo de especialistas técnicos la analicen en detalle. Juntos, elaboran un informe para que la justicia, luego, discierna la causa. “Es un trabajo imposible sin ser frío y templado”, reconoce Marcozzi.


Crédito: Gonzalo Seré. Fuentes: Paola Settepassi, Ángeles de Marcozzi, Daniel Carunchio y Hernán Zunino


Pero independientemente de que intervenga la fiscalía, todos, salvo que mueran en su casa, llegan a la morgue. La familia debe entonces contactase con una funeraria o cochería. En el caso de los indigentes, suele encargarse la municipalidad. La cochería se encarga de retirar al fallecido, ya sea de la clínica, el domicilio o un geriátrico. Luego, el familiar directo debe firmar la autorización de la salida y entregarle el documento de la persona fallecida para que quede guardado en el registro de civil. En ese mismo momento, la funeraria arregla con la familia y le pregunta qué va a hacer con los restos: si van a tierra, a nicho, a bóveda o al crematorio. También, eligen si va a cementerio municipal o a privado. Si se va a cremar a la persona, desde el registro civil se hace una licencia de cremación; si es para inhumar (enterrar), una licencia de inhumación. “Hoy en día, mucha gente decide cremar, porque es más económico. Tiene un valor de $20.000 + un impuesto de $500. En cambio, la parcela más económica una parcela en un parque privado está $135.000”, afirma Patricia, administradora del cementerio Parque Recoleta. El único caso en que no se puede dar la licencia de cremación es cuando hay una muerte traumática, ya que debe intervenir la fiscalía. A partir de ahí se contactan con el cementerio.


Daniel Carunchio, tanatopráctico y jefe de Carunchio-Péculo, admite que la mayoría del recorrido de los muertos, desde la morgue hasta la tumba, es tarea de agentes como él. Ellos se ocupan de disponer todas las condiciones para que la familia pueda despedirse como guste de su ser querido.


Para la familia Carunchio, que administra hace generaciones la funeraria, una parte indispensable de este servicio al duelo digno es la tanatopraxia, también conocida como embalsamamiento. Esta práctica funeraria, traída de Estados Unidos, consiste en una compleja operación en donde se reemplaza el fluido sanguíneo del cadáver por productos germicidas y conservantes para demorar su descomposición. El principal factor del que depende esta demora es el deseo de los familiares de tomarse el tiempo necesario para despedirse, pero también entran en consideración el lugar al que luego será trasladado el cuerpo y el estado en el que sale el cadáver de la morgue. Los casos de cuerpos desfigurados por crímenes o accidentes de tránsito, o de cuerpos que después deben trasladarse a otro país, suelen demandar un mayor tiempo de conservación y, por ende, más trabajo técnico.


Tras arreglar al cuerpo para que sus seres queridos puedan visitarlo por última vez, llega el momento del velorio. Por un lado, empresas privadas, como la de los Carunchio, preparan ceremonias en comedores con aire acondicionado, música de fondo, sándwiches y gaseosas. Sin embargo, en los velorios administrados por el Estado, poco de esa buena recepción puede hallarse. Claudia Gómez, empleada en los servicios fúnebres de la municipalidad de Pilar, revela que estas deficiencias son consecuencias de una mala gestión de recursos. Ella denuncia que cualquier velorio hoy, público o privado, sale por lo menos 106.000 pesos. “Es una injusticia que ni siquiera eso alcance para pagar las coronillas de flores”, exclama indignada.


Una vez en el cementerio, el cuerpo queda bajo la custodia delegada de sus gerentes. Si la familia decide cremar el cuerpo, se crema y, si decirle enterrarlo, se inhuma.


“Una regla fundamental es que, una vez que los restos van a tierra, no se pueden tocar por cinco años. Si uno los quiere exhumar tiene que ser vía cuestión legal”, afirma Hernán Zunino, Gerente General del cementerio Parque Recoleta. Las parcelas se venden a perpetuidad. Uno la compra, se hace la “sesión de derecho de uso” con el que se le cede el derecho a una persona a usar la parcela a perpetuidad y, después, esa misma persona, paga un mantenimiento semestral. En el cementerio privado, a partir de los tres años que uno no paga, se da el derecho a exhumar los restos, vía proceso judicial, y llevarlos al glosario común. Cada cementerio tiene el suyo. En el cementerio público pasa lo mismo, con la diferencia de que se esperan entre cinco y ocho años para exhumar. “Todavía no exhumamos a nadie por falta de pago. Tratamos de resolver el problema con la gente y no exhumarlos”, reconoce Zunino.


El proceso de cremación dura tres horas. En el proceso, los cremadores no tienen contacto con el cuerpo, sino que el ataúd entra directamente al horno. Como las partes más grandes del cuerpo, como el femur, no se terminan de cremar en el horno, se pasan a una maquina procesadora y, más que cenizas, quedan astillas. A los dos días ya se pueden retirar las cenizas en una urna. Estas son de libre portación. “Algunos, se las llevan a su casa y otros prefieren dejarlas en el parque”, señala Patricia.


Crédito: Gonzalo Seré. Fuente: estadisticaciudad.gob.ar y Clarín


En el cementerio Parque Recoleta, los precios de las parcelas dependen de cuán cerca estén del portón de entrada. En el sector más lejano la parcela cuesta $130.000. En cambio, la parcela en el sector más cercano tiene un valor de $450.000. Después, está la opción de pagar la perpetuidad, que tiene un valor de $750.000 y lo pagás una vez y nunca más.


A pesar de los esfuerzos por construir una imagen más humana, la mirada de las familias no llega a ser muy positiva. A la larga, todo es un negocio: te apuran por todo porque el negocio de ellos es vender, confiesa un familiar de un enterrado en el Parque Memorial que prefiere no revelar su identidad.


Este recorrido desde la camilla del hospital hasta las visitas de sus familiares en el cementerio muestra que el mundo de la muerte y sus actores, para la mayoría desconocido, es mucho más complejo de lo que algunos creen. Y, aunque no guste, es el destino al que todos se dirigen.


Por: Amparo Rizzo y José Moviglia


Descubre más aspectos del camino a Necropolis desde el hospital hasta el cementerio y más allá.

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