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Writer's pictureAmparo Rizzo

El trabajo detrás de las cenizas

Updated: Oct 26, 2022

Daniel Valenzuela, cremador del cementerio Parque Recoleta, afirma: “El momento en el que tengo que retirar el cuerpo de la familia es el más fuerte. Se les deja quince minutos de responso para despedirlo, pero a veces la gente no me lo quiere dar y no entiende que es mi trabajo”.


Por: Amparo Rizzo


“¿Van a entrar al crematorio?, ojo que es medio heavy”, alarma Hernán Zunino, gerente del Cementerio Parque Recoleta.


Miércoles 7 de septiembre, el reloj marca las 13.08 h. 21°C de sol en Pilar, clima necesario para que una periodista amateur afronte esta experiencia poco común con menos miedo. Las personas que lloran alrededor de la capilla inundan su cuerpo con una sensación de culpa por sentirse tan ajena a ese sentimiento. De la capilla se desprende un camino que conduce al crematorio. Caminar por un cementerio genera sensaciones poco habituales en las personas. Son ambientes en donde uno se encuentra con miles de muertos alrededor, por lo tanto, le cuesta saber cuál es la forma “correcta” y respetuosa de comportarse.


“¿Se animan a pasar a ver los hornos trabajando?”, pregunta Daniel Valenzuela, cremador del cementerio. La periodista dudó, como pocas veces en su vida, de dar un paso hacia adelante como en ese momento. Un galpón oscuro, con paredes que parecen haber sido blancas en algún momento y mosquitos dando vueltas por el ambiente. En el centro, dos hornos funcionando que van desde el piso hasta el techo, acompañados de un ruido de esos en los que hay que gritar para hablar con la persona que está a medio metro. Del costado izquierdo, ataúdes a la espera de que llegue su turno para que sus vidas queden reducidas a polvo. Del opuesto, se encuentra la picadora, maquina en donde se terminan de triturar aquellos huesos de mayor tamaño, los cuales ni las altas temperaturas pudieron moler.


Crédito: AR


Mientras uno se toma unos minutos para ver al cadáver reducirse en fuego, Daniel explica el proceso. Cuenta que, una vez que está la licencia de cremación, el primer paso es sacar las herraduras del cajón con un destornillador. De ahí, se mete el ataúd en el horno y se empieza a levantar la temperatura. “La temperatura depende del tiempo y del tamaño del cuerpo: cuando se empieza a cremar puede llegar hasta 1000 grados centígrados y, cuando son ataúdes muy grandes- como los semi extraordinarios o los “vaca”- el horno puede levantar unos 1200 grados centígrados”, afirma. Continúa explicando que es importante ir corroborando que el cuerpo se esté quemando bien y, para eso, hay que ir moviéndolo con un hierro y empujarlo cuando haga falta. Pasadas las dos horas, se sacan ya cenizas y se les pasa un imán para quitar todo el metal presente de los clavos del cajón. Después, pasa todo a la picadora y de ahí sale, en una bandeja, el polvo con pedacitos de hueso, conocido como cenizas. Por último, va a una urna, del cementerio o propia de cada familia, y se le pone la chapita con el nombre del fallecido que se sacó del cajón. “Lo hago de forma tan rutinaria que, a veces, me olvido de que hay un cuerpo adentro”, confiesa.


Crédito: AR

En la entrada del crematorio se encuentra un cajón apartado de los demás. “Ese cajón es del 2008 y no lo podemos cremar porque no hay autorización. Gracias a Dios está sellado con una metálica, como todos los de nicho, entonces no larga olor”, expresa el joven. Al rato, en una charla con Patricia Pinto, administradora del cementerio, ella agrega que ese ataúd estaba inhumado en el parque y que, por falta de pago, lo exhumaron hace tiempo, pero nadie lo vino a buscar. “Por ahora está ahí mal estacionado. Ya capaz que los chicos del crematorio le pusieron nombre”, dice entre risas.


Llegadas las 13.30 h, Daniel sale a retirar otro cajón de la capilla. Vuelve con un ataúd encima de un soporte con rueditas y lo “estaciona” en frente para prepararlo para la cremación. Ahí es cuando confiesa la parte más dura de su trabajo. “El momento en el que tengo que retirar el cuerpo de la familia es el más fuerte. Se les deja quince minutos de responso para despedirlo, pero a veces la gente no me lo quiere dar y no entiende que es mi trabajo”. Cuenta que más de una vez le pasó que algún cercano llegue tarde y se quiera ir a despedir del cuerpo al crematorio, pero no se puede ingresar. “Lo duro en esas situaciones es ser estricto y no dejarse ganar por la tristeza ajena”, declara. En ese momento, la joven tuvo sentimientos encontrados con lo que el cremador estaba contando, porque, por un lado, viéndolo desde afuera, es entendible que es su trabajo, pero, por el otro, si no se la deja despedirse de un familiar, automáticamente lo condenaría como la peor persona del mundo. “Debo cumplir con los tiempos, si no llega otro servicio y se me hace un lío”, cierra.


Crédito: AR


Daniel Valenzuela tiene 34 años y trabaja hace cinco en el Cementerio Parque Recoleta de Pilar. Sin embargo, en el crematorio está desde este verano. El chico anterior que cremaba se fue de vacaciones y ahí empezó a cubrirlo. “Como es tan prolijo y no tuvo problema se quedó. Hay otros q no pudieron hacerlo”, reconoce Patricia. “Había un chico que era papá y cada vez que metía a un bebé en el horno lloraba. Otro duró tres días”, agrega.


Luego de esperar a que Daniel fuera a controlar el cuerpo que estaba dentro del horno, confesó otra de las partes duras de su trabajo: cuando tiene que exhumar un cuerpo, ya sea porque la gente deja de pagar o lo quiere cremar. “Ahí es otra cosa, porque tengo contacto con el cuerpo, con el olor”, confirma. En una inhumación se entierra el cadáver a dos metros bajo tierra y el cuerpo no se descompone a tal profundidad. Pero el cajón, al ser madera, sí se deshace. El trabajo de Daniel y sus compañeros es sacar el cuerpo con unos ganchos largos y cargarlo en un cajón para trasladarlo al crematorio. “Eso sí es horrible, porque el cuerpo se convierte en una masa blanca que no tiene forma”.


Si hay algo que el joven aprendió, a lo largo del tiempo, es a volverse más frío, porque se fue acostumbrando a ver gente llorando constantemente. “Al principio sí fue muy duro, uno de los primeros servicios que me tocó fue un bebé y alejarlo de su familia fue muy difícil”, reconoce.


Ya de curiosas, se le empezaron a hacer preguntar menos rutinarias, como si alguna vez le había faltado algún cuerpo o si se le había caído algún cajón al piso. Riéndose, Dani respondió: “no, por suerte nunca se escapó ni se rompió nadie”.


Finalizada la jornada, se quedaron charlando con Patricia, Juan, Hernán y Diego en la administración del cementerio. El movimiento, la espontaneidad y lo descontracturado que son los trabajadores del cementerio Parque Recoleta cambió su forma de ver la muerte. Al fin y al cabo, muchos terminarán allí.


Crédito: AR

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